8.12.17

Aragonesxs: Fidel Ara Bailo, retejador de loseta, pastor y romancero

San Adrián de Sasau, aquí empezó el trabajo público de Fidel Ara

Sí, mi tío Fidel. Me llamo Ara también, no me llamo Bailo. Aunque, como él dice: “Santa Cruz, Botaya y Ena, todos hijos de los frailes, de San Juan de la Peña”… Poderoso haiku con mucha retranca.

Fidel, fue alcalde pedáneo de ese rincón de paz en el Pirineo occidental repleto de senderistas, cazadores y pescadores navarro-vascos que es Botaya. Obsérvese que no digo fue.

Es pequeño y seco como un sarmiento, siempre sonriente, heredero de la tradición romancera de su casi inaccesible núcleo donde no había otra cosa que hacer que hablar y romancear pero con formalidad no muy baturra. Como su tío, mi abuelo Adolfo. No pases con pena el pantano de la Peña.
Prado de San Indalecio, donde comíamos cada agosto la familia Betés Ara. Fidel, maestro de ceremonias y el mejor padre del mundo sin serlo.

Fidel fue como esos deportistas que florecen a edad tardía. De tión y luego heredero de su casa, soltero pero no entero, se reveló de casualidad como el único retejador posible de loseta de la montaña del Viello Aragón. Y empezó a retejar y, por ende, a rondar y luego a viajar por el mundo incluso hasta Rusia. Pues era cofrade y luego mantenedor como mi familia de la Cofradía de San Indalecio de San Juan de la Peña.

Tiene 85 años y todavía conduce muy bien y hace huerto, mi abuelo lo hizo hasta los 89 perfectamente. Tiene una bodega llena de tomates secos de varios años y cebollones que le salen como las cúpulas de San Basilio de Moscú.

Ha viajado más como metier que como pastor por toda nuestra montaña, y en toda ha dejado talante del bueno, no del político, un buen humor, una energía y una vitalidad asombrosa en ese cuerpo de 45 kilos. Una elegancia en el trato y saber estar producto de la difícil convivencia en núcleos con 40 casas donde, a pesar de ello, se revelan toda clase de historias familiares.

Es una persona muy querida y su energía contagiosa fue el principal apoyo de mi madre en días bien amargos, en delirante tarde pasada con su novia chesa de casi 80, que vivió 35 años en París, montañesa experta en moda y que no reprime que le quiere.

En ese velatorio inverso que hicimos cuando murió mi padre de repente, en vez de hundirnos y esperar a la familia en ese rosario de dolor que día a día se confirma, fuimos nosotros cada tarde a un lugar pequeño de Jacetania donde tenemos familia lejana, parientes, o amigos. Sorprendidos de que llegáramos, pero era la única forma de dormir, que pasara el día lo más rápido posible como le hubiera gustado a mi padre o a Fidel.

Asín de Broto a la izquierda, límite oriental del trabajo de Fidel Ara. A la derecha, tejado de la catedral de Jaca, su obra más exigente y cumbre. Cuando me veía, bajaba de un brinco y nos íbamos a echar un vino al Aragón de plaza Biscós.
Espero que Fidel no falte en mucho tiempo, pero cuando lo haga le veré subido en Iguácel, en San Adrián de Sasau de Borau, en la ermita románica entre Ruesta y Artieda, en las enormes casas de 400 metros de tejau de Caldearenas-Aquilué, en todos los tejados de Botaya, en el ábside de la Catedral de Jaca… En todos los tejaus de Jacetania importantes menos San Juan, Siresa o el propio Monasterio Viejo, donde tanto le hubiera gustado subir.

Y no sé qué pensaréis, pero su legado y sus manos y sudor en cada corte perfecto de losa, en la colocación cuidadosa para que no se rajen… dejan un legado en mi opinión mayor que el de cualquier arquitecto que le haya dirigido y a los que tuvo que desobedecer, colocando el tejado como un maestro del románico o del gótico, para evitar las goteras que hubieran surgido de cumplirse el proyecto.

Tallando con la mente y luego sus sarmientos las losetas desde su neolítico de paz, ovejas y tradición oral. Supera eso, Foster.

07/12 Luis Iribarren