16.1.15

No es guerra de civilizaciones, es batalla de incívicos.

Es difícil escribir en este momento algo diferente o innovador a lo mencionado en los ríos de tinta que se han desparramado por todo Aragón y por todo el mundo, tras los terribles atentados yihadistas perpetrados en París. No hay palabras para describir el dolor intenso del corazón de un ser humano ante tamaña barbarie, como no puede haber palabras ante cualquier hecho violento realizado sobre inocentes. El ataque contra la libertad de expresión, masacrando a dibujantes y periodistas, a algunos nos deja impactados, noqueados, pero para otros, puede ser la excusa perfecta para ahondar en la represión y control de la ciudadanía.

El miedo que los violentos han querido implacablemente esparcir sobre la sociedad francesa y por extensión sobre la occidental, tiene un doble efecto, en primer lugar y como primeras víctimas, ha sido otro aviso más a  los propios seguidores de la religión islámica, a los que pretenden amedrentar para que no caigan en la desviación de "su Corán" ante las "provocaciones occidentales" y, en segundo lugar, es una amenaza sobre todas las ciudadanas y ciudadanos, menospreciando su dignidad y el derecho a la vida.

Deberíamos preguntarnos a quién benefician estos actos, pregunta que, por los inmediatos hechos posteriores, manifestación incluida (curiosa foto), y la determinación y rapidez con la que las autoridades mundiales se aprestar a regular restrictivamente el convivir ciudadano, se contesta por si misma. En la Unión Europea se lanzan planteamientos animosos para suspender uno de los derechos básicos de su Tratado, cual es la libre circulación por su territorio  de ciudadanos de sus estados miembros. Actuar y legislar en caliente, sin reflexión, nunca puede traer buenas consecuencias.

Además, como condimento sazonador de la violencia y, por sus propias peculiaridades nacionales, estos asesinatos reportan claros beneficios hacía los partidos xenófobos y extremistas del país vecino, así como a todo tipo de mentalidades integristas deseosas de la limpieza del diferente, derivada que nunca se puede descartar haya entrado dentro de los delirios de los terroristas islamistas, pues, "cuanto peor, mejor".

Está claro que a raíz de los atentados del once de septiembre de dos mil uno contra las Torres Gemelas en Nueva York, el mundo se ha vuelto, si cabe, más injusto y violento y, los conflictos provocados en Oriente Medio, han hecho crecer la sed de venganza en personas que nada tienen que perder, pues se lo han arrebatado todo (familia, bienes, trabajo…), considerando su propia existencia solamente en función del valor que le dan a su posible inmolación.  Algo contra lo que es difícil luchar con la fuerza bruta, desde una mentalidad occidental y sin despliegue de inteligencia y de lo que, me temo, tendremos que seguir hablando mucho en un futuro inmediato.

No es guerra de civilizaciones, es batalla de incívicos.

Antonio Angulo Borque